Los Furanchos en peligro: una tradición amenazada.
El fin de los Furanchos está cerca, o cambiamos las normas o desaparecerán.

Sin embargo, esta tradición está en peligro. En los últimos años, las normativas y las presiones desde distintos sectores, especialmente desde algunos concellos como el de Redondela y desde parte de la hostelería, amenazan con poner fin a estos locales que llevan siglos formando parte del paisaje gallego. Estamos ante un claro ejemplo de incoherencia: mientras desde las administraciones se habla de la necesidad de apoyar el rural, se imponen barreras que dificultan su desarrollo.

Los furanchos no solo dan vida a nuestros pueblos, sino que generan un impacto positivo en la economía local, atrayendo más gente, fomentando el trabajo, tanto en el núcleo urbano como en el campo, la producción de vino artesanal y el consumo de productos autóctonos.
Galicia forma parte de una Europa que apuesta cada vez más por la recuperación del campo, la autosuficiencia alimentaria y el impulso de la producción local.
Mientras otros países europeos potencian sus tradiciones vinícolas y gastronómicas, aquí nos encontramos con normativas que ponen trabas a quienes desean mantener viva una cultura que nos distingue y nos enriquece.

El problema: normativas rígidas y presiones externas
Los furanchos están regulados por la Xunta de Galicia, que estableció una normativa específica para ellos. En teoría, esta regulación tenía como objetivo preservar su esencia y diferenciarlos de los bares y restaurantes. Pero lo que debía ser una protección se ha convertido en una trampa burocrática.
Uno de los grandes problemas de esta normativa es su ambigüedad, lo que permite interpretaciones restrictivas dependiendo del concello en el que se apliquen.
En lugares como Redondela, los furanchos han sido sometidos a una caza de brujas, con inspecciones constantes y trabas administrativas que han provocado su cierre o la imposibilidad de abrir nuevos.
Esta falta de claridad genera desigualdades y deja a los propietarios en una situación de indefensión ante las administraciones públicas.

A esto se suma la presión de parte del sector hostelero, que ve a los furanchos como una competencia desleal. Es cierto que los bares y restaurantes tienen gastos que los furanchos no soportan, pero también es cierto que estos últimos cumplen una función completamente distinta.
No son negocios en el sentido tradicional, sino espacios de convivencia, de cultura y de transmisión de una tradición vitivinícola que forma parte de nuestra identidad.

Mientras en países como Francia o Italia se protege y se potencia la cultura del vino como un pilar fundamental de su historia y su turismo, en Galicia los furanchos son tratados con desconfianza y sometidos a restricciones que solo contribuyen a su desaparición.
Estamos perdiendo una oportunidad de poner en valor un recurso único que podría posicionarnos como referente dentro de la cultura vitivinícola europea.
Sin viñas, no hay furanchos

Para entender la importancia de los furanchos, primero hay que entender que sin viñas, no pueden existir. Son los viticultores los que, generación tras generación, han mantenido esta tradición viva, cultivando la tierra, cosechando la uva y elaborando el vino que luego se sirve en estos locales.
Sin embargo, el campo gallego está en peligro. La población rural está envejeciendo y cada vez son menos los jóvenes que ven en la viticultura una opción de vida. Si las nuevas generaciones no toman el relevo, las viñas desaparecerán. Y con ellas, los furanchos...

El abandono de las viñas no es solo un problema para los furanchos, sino para todo el ecosistema rural gallego. La falta de relevo generacional significa menos tierras cultivadas, menos empleo en el campo y la progresiva desaparición de un modelo de vida que ha definido nuestra historia.
Las políticas europeas están orientadas a la recuperación del rural y la autosuficiencia alimentaria, apoyando la agricultura local y fomentando la permanencia de la población en el campo.

Sin embargo, en Galicia se sigue legislando en dirección contraria, con normativas que no facilitan el desarrollo de las pequeñas explotaciones familiares y que complican la continuidad de negocios tradicionales como los furanchos.
Los furanchos no solo son un espacio de tradición, sino también una herramienta de dinamización rural. Son un incentivo para que las nuevas generaciones vean en el cultivo de la vid una oportunidad de futuro. Son un motivo para que pequeños productores mantengan sus viñas en activo y continúen elaborando vino de calidad. Si esta conexión se rompe, el daño será irreparable.

¿El fin de los furanchos tal y como los conocemos?
Con las restricciones actuales, con la aplicación cada vez más estricta de la normativa y con intereses partidistas que buscan favorecer a otros sectores, el riesgo de que muchos furanchos acaben cerrando es real. Y lo peor de todo y la incongruencia de todos aquellos cortos de miras y que los ven como una amenaza es que, si esto sucede, muchos de ellos acabarán convirtiéndose en taperías o en locales de hostelería convencional, perdiendo con ello su esencia y creando una competencia, que ahora si es real.
Si los furanchos desaparecen, no solo perderemos un lugar donde disfrutar del vino casero. Perderemos una parte de nuestra historia, de nuestra cultura y de nuestra identidad como pueblo. No podemos permitir que una tradición que ha perdurado durante siglos se vea destruida por normativas mal planteadas y por la falta de apoyo institucional.

Los furanchos deben ser patrimonio de Galicia
Los furanchos no son simples locales donde se bebe vino. Son patrimonio. Son historia viva. Y, como tal, deberían ser protegidos por la Xunta de Galicia igual que se protege una iglesia, un pazo o cualquier otro elemento arquitectónico con valor histórico.
Por que no se protege a los furanchos?
Por que no se blinda su nombre?
Porque se permite que muchos hosteleros pongan la palabra furancho en su cartel sin serlo y aprovechar su tirón turístico?

No es justo que nos priven de nuestro patrimonio, nuestra cultura, nuestra identidad como Gallegos.
Si no actuamos ahora, si no exigimos que se revise la normativa para que se adapte a la realidad de los tiempos y les permita seguir existiendo sin amenazas constantes, estaremos condenando a esta tradición a desaparecer.
En muchas otras regiones del mundo, las tradiciones en torno al vino son un símbolo de orgullo y un atractivo turístico. En Galicia, en cambio, parece que se les pone trabas en lugar de fomentarlas. En lugar de ser una región que destaca dentro de Europa por el respeto a sus tradiciones y su riqueza vinícola, corremos el riesgo de convertirnos en un ejemplo de cómo una mala gestión puede acabar con siglos de historia.

Es el momento de alzar la voz y defender lo nuestro. Porque sin furanchos, sin viñas y sin el rural, Galicia perderá una parte fundamental de su identidad.

Juan Vidal